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¿Que dicen las escrituras? (Parte II).

En formidables manifestaciones de poder. Los anona­dó -eso es lo que quiere decir la Escritura cuando expresa que "cayo sobre ellos" o "vino sobre ellos "­bautizando sus almas y cuerpos en el poder y en la gloria que ya moraba en sus espíritus. Esta segunda experiencia, el derramamiento del Espíritu Santo, también les ocurrió a otros que recibieron a Jesús, pero nuevamente aquí los primeros beneficiarios fue­ron los 120 seguidores escogidos. Los hizo desbordar en el mundo en derredor, inspirándolos para que ala­baran y glorificaran a Dios, no solamente en sus propias lenguas sino en otros lenguajes, y al hacerlo domeño sus lenguas para su servicio, libero sus espíritus, renovó sus mentes, vivifico sus cuerpos, y les dio poder para testificar. La multitud que se junto quedo atónita ante el sonido emitido por estos gali­leos que hablaban y alababan a Dios en el idioma de lejanos países. Los que escucharon no eran extran­jeros sino judíos piadosos de todas las naciones. (Hechos 2:5.) Habían venido a su tierra para el día de la gran fiesta. Miraban asombrados como esta gente humilde alababa a Dios en idiomas que bien sabían ellos que eran incapaces de haber aprendido, lengua­jes de países donde se habían criado los que escucha­ban, y otras lenguas que no reconocían, "lenguas hu­manas y angélicas". (1 Corintios 13:1.)

Algunos se burlaban, diciendo: "! Están borrachos, eso es todo! Pero Pedro respondió: "¡No, no están borrachos! Después de todo, ¡son apenas las nueve de la mañana! Pero esto es lo dicho por el profeta Joel: ... en los postreros días, dice Dios, derrama­re de mi Espíritu sobre toda carne." (Hechos 2:13­17.) Tan convincentes fueron las señales, que tres mil de esos "hombres devotos" aceptaron a Jesús co­mo al Mesías, se arrepintieron de sus pecados, fueron bautizados, y recibieron asimismo, ese día, el don del Espíritu Santo.

Es raro el hecho de que aun notables eruditos de la Biblia digan que: "Pentecostés sucedió solo una vez", cuando con toda claridad el Nuevo Testamento relata varios "pentecosteses". El próximo tuvo lugar en Sa­maria. Los samaritanos formaban el remanente de los israelitas del Reino del Norte. Ellos y los judíos, el pueblo del Reino de Judea del Sur, estaban en per­manente disputa. Se odiaban a muerte. En Hechos 8 leemos de como Felipe -no el apóstol, sino uno de los siete nominados para ayudar a los apóstoles (He­chos 6:1-6) fue a Samaria y les hablo de Jesús a los samaritanos. Era un territorio difícil, pero los samaritanos escucharon a Felipe, a pesar de ser judío y proclamar un Mesías judío, porque le vieron hacer las obras de poder que Jesús hizo, y le oyeron hablar con autoridad, tal como hab1ó Jesús. El Espíritu San­to en Felipe impresiono a los samaritanos con la verdad y la realidad de lo que estaba diciendo, y aceptaron a Jesús, nacieron de nuevo del Espíritu y fueron bautizados con agua. (Hechos 8:5-12.)

Cuando los apóstoles en Jerusalén oyeron de esta puerta abierta en Samaria, enviaron a Pedro y a Juan para ver que es lo que estaba sucediendo. No bien llegaron los dos notaron que algo faltaba. El Espíritu Santo no estaba "cayendo" sobre los nue­vos creyentes. Pedro y Juan no dudaron que los sama­ritanos habían nacido de nuevo del Espíritu, pero estaban preocupados por el hecho de que el Espíritu no hubiera "descendido" sobre ellos; por lo tanto "les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo". (Hechos 8:1-17.) Observemos que Pedro y Juan es­peraban que el Espíritu Santo ya hubiera "descendi­do" sobre los conversos samaritanos. Lo cierto es que esta es la primera vez que se menciona la imposición de manos para recibir el primer llenamiento del Espíritu Santo o el Bautismo en el Espíritu Santo. Nada se nos dice de imposición de manos para los 3.000 converti­dos en Pentecostés, ni por supuesto, a los 120 prime­ros. Tampoco dice nada mas adelante el mismo ca­pitulo de imposición de manos al eunuco Etíope. (Hechos 8:27-40.) Hemos de presumir que muchas veces el derramamiento o bautismo del Espíritu Santo seguía espontáneamente a la salvación, como ocurrió más tarde con Cornelio, en Cesárea de Filipo. (Hechos 10:44.) Pero en este caso Pedro y Juan consideraron que era necesaria una imposición de manos para ani­mar a los samaritanos a recibir el Espíritu Santo. El Espíritu Santo moraba en estos conversos sama­ritanos. Estaba listo para inundar sus almas y cuerpos, a bautizar, a rebasar, pero ellos tenían que res­ponder, que recibir. No bien lo hicieron, el Espíritu Santo comenzó a exteriorizarse desde ellos como ocu­rrió con los primeros creyentes en el día de Pentecostés. Sin duda alguna exhibieron las mismas seña­les, hablando en nuevas lenguas y glorificando a Dios. No lo dice así específicamente la Escritura, pero la mayoría de los comentaristas concuerdan que eso es lo que ocurrió.

"Les impusieron las manos para significar con ello que sus oraciones habían sido contestadas y que les había sido conferido el don del Espíritu Santo; y en base al use de esta sepan, recibieron el Espíritu Santo y hablaron en lenguas."

Un observador, por lo menos, quedo hondamente impresionado: Simón; el hechicero, que había enga­ñado a los habitantes de Samaria por muchos años con su magia negra. Corrió a Pedro, con oro en sus manos y dijo:

“Yo los haré ricos si me dicen como hacen estas cosas. ¡Denme ese poder para que a cualquiera a quien yo le imponga las manos reciba este Espíritu Santo!" (Hechos 8:18-24.) Pedro, por supuesto, le correspondió a Simón con toda firmeza que el don de Dios no se podía comprar con dinero, pero aún queda en pie la pregunta: ¿Que fue lo que vio Simón? Seguramente que hablaban en lenguas, y alababan a Dios de una manera diferente de la que hacía pocos minutos antes.

Recordemos que cuando Pablo recibió el Espíritu Santo, si bien se le impusieron las manos, fueron las manos de un desconocido de quien la Escritura sola­mente dice que: "Había entonces un discípulo... llamado Ananías..." (Hechos 9:10.) A pesar de que la Escritura no registra, con respecto a este hecho, que Pablo hablara en lenguas, sabemos que lo hacia según 1 Corintios 14:18: "Doy gracias a Dios que hablo en lenguas mas que todos vosotros."

El próximo "Pentecostés" relatado en los Hechos de los Apóstoles, tuvo lugar en la localidad de Cesá­rea de Filipo, que era un centro de las tropas de ocupación romanas. En este lugar, un devoto oficial romano, de nombre Cornelio, que creía en Dios de todo su corazón, recibió la visita de un ángel que le indico pidiera a Pedro -que a la sazón estaba en Jope, la ultra judía comunidad de la costa- que vi­niera para decirle lo que tenia que hacer. (Hechos 10:6.)

Pedro, naturalmente, hubiera deseado no tener que ir y hablarles de Jesús y del bautismo del Espíritu Santo a los soldados romanos. Hasta ese momento se creía que el nuevo nacimiento y el bautismo en el Espíritu Santo eran patrimonio exclusivo de los creyentes judíos. Si un gentil, es decir un no-judío, quería recibir a Cristo y al Espíritu Santo, previa­mente tenía que hacerse judío, y someterse a todos los complicados requerimientos de la ley judía. Sin embargo, el Espíritu Santo hizo ver con toda claridad a Pedro, por medio de una serie de visiones y de instrucciones directas, que tenía que ir con los roma­nos cuando lo invitaran, y así lo hizo. (Hechos 10:2­23.) Ante el gran asombro de Pedro, cuando llegó a la casa de Cornelio y comenzó a hablarles de Jesús a los romanos allí reunidos, respondieron de inme­diato. Lo primero que Pedro y sus compañeros que le habían acompañado vieron y oyeron fue que estos romanos, llenos de jubilo; ¡hablaban en lenguas y mag­nificaban a Dios! (Hechos 10: 24-48.) Habían abierto sus corazones a Jesús, quien les dio nueva vida en el Espíritu, y de inmediato permitieron que esa nueva vida los llenara y rebosara. Pedro y sus amigos no salían de su asombro, pero reconocieron de inmediato que Dios "estaba derramando el don del Espíritu San­to sobre los gentiles", primero en ocasión de la salva­ción y luego en el bautismo en el Espíritu Santo. Por ello es que Pedro dijo: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nos­otros?" (Hechos 10:47.) Defendiéndose contra las cri­ticas dirigidas contra el al volver a Jerusalén por haber bautizado a no-judíos, Pedro dijo:

"Y cuando comencé a hablar (a los romanos), cayo el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acorde de lo dicho por el Señor, cuando dijo: "Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Es­píritu Santo." Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quien era yo que pudiese estorbar a Dios?" (Hechos 11:1-17.)

Observemos que Pedro habla del don del Espíritu dado a los que creyeron, clara referencia de que los romanos primero creyeron y luego el Espíritu Santo cayó sobre ellos.

Transcurrieron 30 años antes de que nuevamente el libro de los Hechos relatara otro "pentecostés". Tal vez el Espíritu Santo dejó pasar un lapso tan pro­longado para mostrar que estas cosas no mueren. Durante su segunda visita a Efeso, Pablo recibió el saludo de un grupo de doce hombres que sostenían ser discípulos. Pablo no se dio por satisfecho, pues intuía que faltaba algo, y por ello les preguntó: "¿Re­cibieron ustedes el Espíritu Santo cuando creyeron?" (Hechos 19:2.) Nuevamente constatamos aquí que se espera que la experiencia de la salvación sea seguida por el bautismo en el Espíritu, pero que los primeros cristianos reconocieron que podría haber una demora, pues de lo contrario ¿por que se habría molestado Pablo en formular esa pregunta? Más bien hubiera puesto en tela de juicio su salvación.

“¡Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo! (Hechos 19:2) replicaron los efesios. Investigando mas a fondo, Pablo descubrió que no sabían ni de Jesús, y los guíe para aceptar a Jesús, bautizándolos con agua, y a continuación leemos: "Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban." (Hechos 19:6.) Nuevamente aquí la distinción es bien clara. Recibieron a Cristo y fueron bautizados con agua como un signo exterior; luego, estimulados por la imposición de manos hecha por Pablo, respon­dieron al Espíritu Santo que vino a morar en ellos y exteriorizaron su alabanza a Dios en nuevos idiomas, Hebreos 6:12.

Hemos procurado en este capitulo mostrar el mode­lo bíblico de lo que el autor de la carta a los Hebreos llama la "doctrina de bautismos". El apóstol Pablo, en Efesios 4:5 dice que hay "un Señor, una fe, un bautismo", si bien es claro que en el Nuevo Testa­mento este "un bautismo" se divide en tres. En 1 Corintios 12:13, Pablo dice: "Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo... y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu." Aquí se refiere al bautismo espiritual en Cristo que tiene lugar en el instante de aceptar a Jesús como Salva­dor. Esto era seguido del bautismo con el Espíritu Santo, en el cual el Espíritu Santo que ahora mora en el creyente se vierte al exterior para poner de manifiesto a Jesús ante el mundo, por medio de la vida del creyente. Ya fuera antes o después del bau­tismo con el Espíritu Santo, en ambos casos se exigía el signo exterior del bautismo con agua, símbolo de la limpieza interior efectuada por la sangre de Jesús, la muerte del "viejo hombre" y la resurrección a una nueva vida en Cristo. ¿A cual de estos tres bautismos se refiere Pablo cuando habla de “un bautismo”?

Un artista puede mirar un cuadro que esta pintando de diferentes maneras. Puede mirar para asegurarse que es una composición bien equilibrada; puede mirar de nuevo para controlar los efectos lumínicos del reflejo de el sobre el agua o los Árboles; nuevamente lo mira desde otro ángulo para evaluar la perspectiva. Hemos estado analizando los diferentes aspectos de la tarea salvadora de Dios para con el hombre. Es pre­ciso mirar a estas tres experiencias -la salvación, el bautismo por agua y Pentecostés- separadamente, separación que la hemos establecido artificialmente, debido a nuestros pruritos, perdiendo así el panorama general. En la iglesia primitiva las tres experiencias estaban estrechamente ligadas, pero en el día de hoy no ocurre así habitualmente.

Habiendo examinado el cuadro de distintas mane­ras, en el curso de nuestro estudio, debemos dar un paso atrás y contemplarlo en su totalidad. Pablo dice que hay "un Señor", y sin embargo la Divinidad es tres en uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El hom­bre es una unidad, si bien esta compuesto por la trinidad de cuerpo, alma y espíritu. El Cuerpo de Cristo en la tierra es uno, pero formado por muchos miembros. De modo que cuando Pablo habla de "un bautismo" pareciera referirse a la acción combinada por la cual Jesucristo viene a vivir en nosotros, el signo exterior por el cual queda sellada esta acción, y el derramamiento, del Espíritu Santo a través de nosotros para ministrar a un mundo perdido.

Nuestra recomendación es que todo aquel que en­cuentre difícil entender estas cosas por medio del razonamiento, trate de experimentar' la realidad de Dios en la plenitud del Espíritu. La comprensión intelectual vendrá después. Como lo dijo un hombre de Dios: "Yo creo para lograr entender."

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Lo que sucede generalmente es 1. Aceptar a Jesús (recibir la salvación, el nuevo nacimiento y la vida eterna) 2. En ese momento el Espíritu Santo viene a vivir en la persona. 3. Esta persona puede pedir y ser Bautizada en agua. 4. Y luego ser Bautizada con el Espíritu Santo: Pidiéndolo a Jesús en oración, o con imposición de manos de un cristiano lleno del Espíritu Santo. Puede recibirlo antes de ser bautizada en agua, pero no antes de recibir a Cristo.

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